Claudio Katz
¿En la última década América Latina ganó
autonomía o reforzó su condición dependiente? ¿Amplió o redujo su margen de
soberanía? ¿Afronta la crisis económica global con más protección o más
desamparo?
La evolución de Sudamérica brinda muchos
argumentos para las tesis de la autonomía y el curso de Centroamérica para el
diagnóstico de la dependencia. La misma contraposición se verifica si se
generaliza el sendero que transita Venezuela o México. Los nuevos márgenes de
independencia de la región cobran relevancia, cuando se pone el acento en la
dimensión geopolítica y la reinserción periférica salta a la vista, cuando se
prioriza la evaluación económica.
“Pos-liberalismo” y “Consenso de commodities”
son dos conceptos que sintetizan ambas miradas. La primera noción remarca la
vigencia de una nueva etapa signada por la política exterior independiente, la
multiplicación de gobiernos progresistas y el retroceso de la derecha . El segundo
término resalta el reforzamiento uniforme de modelos centrados en la
exportación de bienes primarios .
¿Cuál es la caracterización acertada? La
respuesta exige evaluar las grandes transformaciones económicas, sociales y
políticas registradas en la región, durante las últimas dos décadas.
AGRO-EXPORTACION Y MINERIA
La reestructuración neoliberal en América
Latina afianzó desde los años 80 un patrón de especialización exportadora que
recrea la inserción internacional de la región como proveedora de productos
básicos.
Esta renovada gravitación de las commodities ha
implicado una profunda transformación en el agro, basada en la promoción de
cultivos de exportación en desmedro del abastecimiento local. En todos los
países se reforzó un empresariado que maneja los negocios rurales con criterios
capitalistas de acumulación intensiva. La vieja oligarquía encabezó esta
reconversión, en estrecha asociación con las grandes compañías del
“agrobusiness”.
Los pequeños productores soportan
encarecimiento de los insumos, mayor presión competitiva y creciente
transferencia de riesgos, a través de contratos amoldados a las reglas de la
exportación. Deben adaptar su actividad a nuevas exigencias de refrigeración,
transporte e insumos agro-químicos, para generar productos amoldados al
marketing global. Frecuentemente se endeudan, venden la tierra y terminan
engrosando la masa de excluidos que emigra a las ciudades.
Esta presión por elevar los rendimientos socava
las reminiscencias de la agricultura no capitalista y diluye las viejas
discusiones sobre la articulación de distintos modos de producción en este
sector. Bajo la disciplina que impone la demanda externa se reducen las
fronteras entre el sector primario y secundario y se amplía la gravitación del
trabajo asalariado con modalidades tayloristas.
La soja es un típico ejemplo de este nuevo
esquema agrícola. Se ha difundido en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay,
destruyendo otros cultivos, mediante un modelo transgénico de siembra directa y
dependencia de Monsanto como proveedor de semillas. Como requiere poca fuerza
laboral para producir aceite o alimentos de animales, genera un sólo empleo
cada 100-500 hectáreas .
Pero la misma mutación se verifica en otras
regiones y productos. Las frutas y vinos de Chile se elaboran con nuevos
parámetros de venta externa, que incrementan la concentración rural y
multiplican la sub-contratación de trabajadores temporarios. Las flores en
Ecuador y Colombia se cultivan con técnicas intensivas de irrigación y elevada
explotación de la mano de obra femenina, desplazando la producción alimenticia
tradicional. Los nuevos vegetales de invierno en las plantaciones de
Centroamérica se exportan a costa de la producción tradicional y ya han
generando un dramático incremento de la importación de alimentos básicos .
Esta misma especialización en exportaciones
primarias se verifica en la minería con la nueva modalidad de explotaciones a
cielo abierto. Para extraer mineral se dinamitan montañas y las rocas son
disueltas por medio de compuestos químicos (fracking). Como estas técnicas
reemplazan al viejo socavón y necesitan mayor inversión se ha potenciado la
presencia de compañías extranjeras, que obtienen cuantiosas ganancias
tributando bajos gravámenes. Las empresas de Canadá -mixturadas con
australianos, belgas, suecos y estadounidenses- controlan la mayor parte de
esos emprendimientos.
Chile es un paraíso de esta actividad. El cobre
ya no es extraído sólo por la estatal CODELCO. También participan otras
compañías que pagan bajos impuestos (7,8%) y obtienen elevadísimas
rentabilidades (50%). Lo mismo ocurre en Perú, que desarrolló un proyecto de
alcance extractivo gigantesco en la región de Conga .
Esta minería utiliza enormes volúmenes de agua
que afectan a los emprendimientos agrícolas y amplían la contaminación. Se
refuerzan así las calamidades ambientales que soporta la región, ante la
desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y
las inundaciones costeras. El extractivismo exportador acentúa todos los
efectos del cambio climático .
RETROCESO INDUSTRIAL
El declive industrial es la otra cara del auge
agro-minero. El peso del sector secundario en el PBI latinoamericano descendió
del 12,7% (1970-74) al 6,4% (2002-06) y la brecha con la industria asiática se
ha ensanchado en producción, productividad, tecnología, registro de patentes y
gastos en Inversión y Desarrollo .
Este retroceso es frecuentemente identificado con
la “reprimarización” de la economía latinoamericana. Pero la industria no
desaparece y más acertado es señalar su readaptación a un nuevo ciclo
reproductivo dependiente. El repliegue es muy evidente en Brasil y Argentina,
las dos economías más representativas de la industrialización de posguerra.
En el primer país la productividad decrece, los
costos aumentan y el déficit industrial externo se expande, en un marco de
inversiones estancadas e infraestructuras de energía y transporte muy
deterioradas. Algunos analistas estiman que el aparato industrial brasileño ha
quedado reducido a la mitad de la dimensión que alcanzó en los años 80 .
La misma regresión se verifica en la industria
argentina, a pesar de la recuperación registrada en la última década. Este
sector ocupa un lugar menor que en los 80 (del 23% al 17% del PBI) y se
encuentra altamente concentrado en cinco sectores, con predominio extranjero,
importaciones crecientes y baja integración de componentes nacionales.
En México, la industria tradicional -erigida
durante la sustitución de importaciones para abastecer al mercado local- ha
sido reemplazada por el auge de las maquilas, en las zonas francas. Este tipo
de fábricas jerarquizan la exportación y operan a través de redes adaptadas a
las normas de la acumulación flexible. Comenzaron con la indumentaria y la
electrónica, se expandieron a la rama automotriz y ya representan el 20% del
PBI mexicano. En la frontera de Estados Unidos se ubica la localización
emblemática de este modelo. Las 50 plantas iniciales (1965) se multiplicaron a
3000 fábricas mellizas (2004), asentadas a ambos lados de la zona limítrofe.
Al desenvolverse como ensambladoras con
reducida calificación laboral, estas fábricas contienen muchos rasgos de la
especialización básica que afecta a toda la economía latinoamericana. Su
principal insumo es la baratura de la fuerza de trabajo.
Las empresas lucran con el reclutamiento de
trabajadores provenientes de las zonas rurales y criminalizan la
sindicalización. Mientras que la productividad se asemeja a los niveles
vigentes en las casas matrices, los salarios son varias veces inferiores a la
media estadounidense y se ubican por debajo del sector agremiado mexicano.
Este cimiento del modelo en la explotación
laboral es más visible en la nueva generación de empresas localizadas en
República Dominicana, Guatemala u Honduras. Allí contratan jóvenes sometidos a
una disciplina agobiante. La presión por aumentar la productividad es
permanentemente recreada por la competencia asiática.
REMESAS Y TURISMO
El modelo de especialización en exportaciones
básicas crea poco empleo, acentúa la emigración y ha generado en los pequeños
países de la región un nuevo tipo de dependencia en torno a las remesas.
América Latina es la mayor receptora de estos fondos, que constituyen el principal ingreso de República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica y Nicaragua. Estas transferencias son la segunda fuente de divisas para Belice, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay y Surinam. Han sustituido la primacía del café en El Salvador y de las bananas en Honduras .
Con las remesas se estabiliza una inédita
situación dual de ingresos producidos en un país y consumidos en otro. La
fuerza de trabajo remunerada en un punto solventa la reproducción de sus
semejantes de otra zona. La comunicación global y el abaratamiento del
transporte han creado un espacio multinacional estable de personas que viven al
mismo tiempo en dos mundos, puesto que la conexión del inmigrante con su
localidad de origen se mantiene, forjando un doble patrón de vida en ciertas
comunidades .
Este proceso potencia la fractura entre países
que exportan población sobrante y economías que absorben selectivamente ese
flujo. Los movimientos son multidireccionales, pero las regiones abandonadas y
los destinos ambicionados son siempre los mismos, como lo prueban los 30
millones de latinos actualmente afincados en Estados Unidos.
También el turismo se ha tornado esencial para
la supervivencia de los pequeños países de la región. Este servicio ya desplazó
a las bananas como principal exportación de Costa Rica y es la segunda
actividad de Honduras, Guatemala y el Caribe. A partir de la estandarización de
las prestaciones, América Latina se ha tornado atractiva por su disponibilidad
de fuerza de trabajo barata, sus ambientes naturales propicios y su valorado
patrimonio cultural.
El capitalismo neoliberal reemplazó las viejas
reglas del turismo social por criterios individualistas, que naturalizan la
división entre ricos (con derecho a descansar) y pobres (con obligación de
servir). Los medios de comunicación realzan la atracción de lo exótico,
homogenizan la cultura y han convertido al Tercer Mundo en una “periferia del
placer”.
La clase media accede a estas nuevas
experiencias internalizando los mitos del libre-comercio, sin registrar la
creciente desigualdad que rodea a este negocio. Al reavivar el racismo y el
elitismo, el turismo global tiene un impacto ideológico muy significativo.
PERSISTENCIA DEL MODELO
La mundialización neoliberal ha reconvertido a
Latinoamérica en una economía con alta centralidad de la agro-exportación, la
minería y los servicios, a costa del desarrollo industrial. Pero lo más
llamativo es la continuidad de tendencias en el reciente período de crisis
global.
Esta persistencia obedece al efecto intermedio
del temblor financiero mundial sobre la región. Tanto en el período previo a la
crisis (2003-2008) como en la fase posterior (2008-2013), la tasa de
crecimiento latinoamericana se ha ubicado por encima de la media internacional.
Ese promedio ha declinado en los últimos años sin tornarse irrisorio. Rondaría
el 3,2% en el 2013 frente al 3% del año anterior .
En comparación a los devastadores colapsos
sufridos entre 1980 y 2003, la crisis tuvo hasta ahora un efecto limitado sobre
América Latina. No se produjeron quiebras de bancos, ni explosiones de la deuda
externa. Esta neutralización fue más significativa en el sur que en el centro
de la región, pero distingue a la región de la fuerte recesión registrada en
los países centrales.
El contraste con la depresión del 30 es
ilustrativo. Durante ese colapso las exportaciones de América Latina declinaron
un 65% y las importaciones un 37%, mientras que el grueso de los países sufrió
un desmoronamiento financiero, que los obligó a suspender el pago de la deuda
externa. Esa caída se revirtió con el encarecimiento de las exportaciones y la
acumulación de reservas que acompañó a la Segunda Guerra Mundial .
La continuidad del patrón de especialización
exportadora ha sido también facilitada por el alto nivel de precios que
mantienen las commodities. Estas cotizaciones cayeron en el 2008, pero se
recuperaron rápidamente. La mejora de los términos de intercambio ha
subsistido, con la triplicación de los precios de las materias primas
registrada en la última década. El petróleo duplicó su cotización, el cobre se
quintuplicó y la soja subió dos veces y media. Esta apreciación incentivó a su
vez un incremento del 55% del volumen exportado .
Existen interpretaciones divergentes sobre las
causas de este repunte de las materias primas. Algunas explicaciones remarcan
la incidencia de los movimientos especulativo-financieros, otras caracterizaciones
destacan la expansión de los agro-combustibles y un tercer enfoque considera
que la demanda china ha establecido un nuevo piso de cotizaciones. Pero
cualquiera sea la duración de este proceso ha incentivado la profundización de
las transformaciones neoliberales precedentes.
Finalmente, la afluencia de inversiones
extranjeras ha operado como determinante de la continuidad de tendencias. Esos
ingresos totalizaron 173.000 millones de dólares en el 2012, superando en un 6%
los porcentuales del año anterior y duplicando los montos de principio de la
década. Los capitales ingresados y la valorización de las exportaciones
facilitaron el incremento de las reservas y una reducción del ratio del
endeudamiento .
El retrato de las últimas décadas y de la crisis
reciente corrobora el diagnóstico que resalta la centralidad de las commodities
en las economías latinoamericanas. Por esta gravitación la región luce menos
vulnerable en la coyuntura (balance de pagos, reservas, deuda), pero ha
incrementado su fragilidad estructural.
LOS CAMBIOS POR ARRIBA
La consolidación de la región como exportadora
de productos básicos ha impactado también sobre el perfil de las clases
dominantes, reforzando la conversión de la vieja burguesía nacional en
burguesía local. El primer molde correspondía a los industriales que fabricaban
para el mercado interno, con protección aduanera y subsidios que privilegiaban
la expansión de la demanda. El segundo perfil es propio de un sector que ya no
restringe su actividad a la manufactura, ni pregona desarrollos auto-centrados.
Promueve más la exportación que el mercado interno y prefiere la reducción de
costos a la ampliación del consumo.
Esta transformación acentuó el enriquecimiento
de una elite de millonarios. Algunos apellidos emblemáticos de este ascenso son
Slim (México), Cisneros (Venezuela), Noboa (Ecuador), Santo Domingo (Colombia),
Andrónico Lucski (Chile), Bulgheroni, Rocca, (Argentina), Lemann, Safra, Moraer
(Brasil). Sus fortunas se remontan al pasado, pero registraron un gran incremento
con los negocios de exportación de las últimas décadas.
En su conjunto los capitalistas
latinoamericanos constituyen un sector minoritario de la población. Existe un
enorme divorcio entre su poder y el número de sus integrantes. Los propietarios
y receptores de utilidades de las empresas no superan el 1-2% de la población
económica activa. Este porcentaje se incrementa al 10%, si se incluye a los
ejecutivos y profesionales que administran y controlan la fuerza de trabajo o
ejercen algún rol estratégico en las compañías. A través de esas funciones
participan en la confiscación del trabajo ajeno .
La reconversión de las últimas décadas aumentó
la concentración e internacionalización de los principales grupos capitalistas,
que se afianzaron como conglomerados regionalizados. Surgieron las nuevas
empresas Multilatinas, a partir de familias adineradas que expandieron sus
compañías, con gerenciamiento global y prioridades regionales. Los
conglomerados de Brasil y México encabezan esta tendencia, secundados por
Argentina y Chile.
La tradicional diversidad entre fracciones
agro-mineras, industriales y bancarias no ha desaparecido, pero el
entrelazamiento aumentó como consecuencia de la gran presión competitiva que
introdujo la mundialización neoliberal. Esa rivalidad modificó la composición
de las principales 500 empresas latinoamericanas. Entre 1991y 2001 decayó la
participación de empresas estatales (de 20% al 9%) y se incrementó el peso de
las extranjeras (27% a 39%) .
Los grupos locales reorganizaron su actividad
con mayor financiación externa y capitalización bursátil. Este ingreso a los
mercados de valores coincidió con el incremento de acciones circulantes en los
denominados “países en desarrollo” (de 80.000 millones de dólares en 1981 a 5
billones en el 2005). Por esa vía aumentó la penetración del capital
internacional en la estructura propietaria de las empresas latinoamericanas.
Las compañías actuales son más poderosas, pero
la clase capitalista de la región no remontó su papel global secundario y perdió
posiciones frente a los nuevos competidores de Oriente. Ese resultado ha sido
congruente con su especialización en ramas básicas y su distanciamiento de las
actividades más elaboradas. Por esa razón la brecha industrial con el Sudeste
Asiático se transformó en una fractura irreductible.
La burguesía local ha estrechado vínculos con
el capital extranjero, pero no desaparece como un segmento diferenciado.
Mantiene pretensiones de acumulación propia que desbordan el marco nacional y
se proyectan al escenario regional. Se han forjado burguesías más asociadas con
empresas foráneas, afianzando un proceso que comenzó en los 60 en Brasil,
continuó en los 80 en Argentina y se consolidó en los 90 en México. Este sector
dejó atrás su debut industrial y se extendió a la agro-minería y los servicios
.
La reciente incorporación de México, Brasil y
Argentina al G 20 marca otro salto en la relación de las burguesías actuales
con el capital extranjero. Pero entre ambos sectores existe una relación de
cooperación antagónica, que combina el estrechamiento de las conexiones con el
mantenimiento de las diferencias entre el socio mayor del Norte y el
empresariado menor del Sur .
Aunque los negocios con el capital foráneo se
han multiplicado, el país de origen persiste como base de operaciones, fuente
privilegiada de las ganancias y centro de las decisiones de las burguesías
locales. La internacionalización de los créditos, los mercados, y la propiedad
accionaria, no anula el carácter localmente territorializado de los principales
grupos capitalistas.
CLASIFICACIONES ERRÓNEAS
Las burguesías locales y asociadas que
encabezan la especialización exportadora compartiendo beneficios con las
empresas foráneas, no conforman una “nueva oligarquía”. Los rasgos
pre-capitalistas que caracterizaban a ese sector se extinguen, junto al avance
de los procesos de capitalización. Las viejas elites latinoamericanas -que
recurrían a modalidades arcaicas de explotación y dominación para usufructuar
de sus propiedades agro-mineras- pierden peso.
Algunos enfoques subrayan el carácter
transnacionalizado de los grupos dominantes que optaron por globalizar sus
negocios . Pero aquí se confunde la asociación con la fusión, olvidando que la
internacionalización en curso se desenvuelve a partir de clases y estados
existentes. La mundialización neoliberal no anula esas estructuras, ni tampoco
elimina el entrelazamiento prioritario entre los capitalistas del mismo origen
nacional.
La transnacionalización plena se encuentra por
el momento limitada a sectores cosmopolitas gerenciales o fracciones de la alta
burocracia de los organismos mundializados. La propiedad de las empresas se
mantiene, en cambio, enraizada en zonas geográficas diferenciadas y los estados
nacionales persisten como el único instrumento con cierta legitimidad para
disciplinar a los trabajadores.
Las burguesías locales latinoamericanas no son
satélites manipuladas por las metrópolis. Actúan como clases capitalistas, que
combinan el usufructo de la renta agro-minera con la plusvalía extraída a los
trabajadores. Se comportan como clases dominantes y no como capas parasitarias,
compradoras o tributarias del capital foráneo. Su incapacidad para desarrollar
la región no implica desinterés por ese objetivo.
La economía latinoamericana está regida por patrones
de competencia, inversión y explotación. Como esas normas difieren
significativamente del pillaje es una simplificación utilizar el mote de
“lumpen-burguesía” para retratar a la burguesía .
Esa denominación sólo corresponde a sectores
que acumulan capital en los márgenes del circuito legal. El narcotráfico, por
ejemplo, obtiene fortunas en la criminalidad y blanquea parcialmente esos
ingresos en actividades financieras o productivas. Pero conforma un segmento
marginal y no integrado al club estable de los dominadores.
También es erróneo generalizar situaciones
propias de los pequeños enclaves. América Latina constituye una unidad
analítica, pero las caracterizaciones referidas a Honduras o Panamá no valen
para Brasil. Sólo en los primeros casos prevalecen “burguesías neo-coloniales”
teledirigidas por Washington.
El giro hacia las commoditie torna más nítido
el perfil de los opresores latinoamericanos. Son capitalistas que explotan
económicamente a los asalariados, burgueses que someten políticamente a los
trabajadores y dominadores que subordinan ideológicamente a los dominados.
Desenvuelven las mismas funciones que sus pares de otros puntos del planeta.
Pero cargan también con la débil autoridad de
un sector que no lideró luchas nacionales, no cooptó personal significativo a
su dominación y no facilitó la movilidad de las clases medias. También estas
flaquezas se han potenciado bajo el nuevo patrón de acumulación de
especialización exportadora.
LOS CAMBIOS POR ABAJO
Las transformaciones de la estructura social
latinoamericana han alterado también la configuración de las clases dominadas.
Como un eje de este cambio se localiza en el agro se verifica una pérdida de
cohesión del viejo campesinado, afectado por el creciente éxodo hacia los
centros urbanos. Por esta razón las tensiones en el agro presentan otro cariz.
El viejo latifundio que recreaba la miseria
campesina obstruyendo la gestación de una burguesía agraria, decae frente a las
empresas capitalistas que despojan al agricultor de sus tierras, contratan
asalariados precarios y fuerzan el tránsito hacia las ciudades.
Este desplazamiento engrosa la masa de
excluidos urbanos con poco trabajo e ínfimos ingresos, en un marco de pocas
salidas laborales para la población excedente de América Latina. Por eso la
informalidad se afirma como norma, tanto en la recesión como en la prosperidad
de las economías extractivistas.
La emigración -que fue la válvula de escape
para los desequilibrios de la acumulación europea en varios momentos del siglo
XIX y XX- solo aporta pequeños desahogos en la actualidad. Los jóvenes de la región
no encuentran empleo en sus países, ni el exterior. Tienen simultáneamente
vedado el arraigo y la emigración.
Una consecuencia directa de esta exclusión es
el incremento exponencial de la criminalidad. La narco-economía se ha
convertido en un refugio de supervivencia para los sectores empujados a la
marginalidad. En la región se registra la tasa de homicidios más alta del
mundo. La delincuencia crece junto a la fractura social y la obscena promoción
de los consumos y placeres que disfrutan los enriquecidos.
Como el modelo extractivo crea empleos de baja
calidad, la precarización laboral supera en América Latina los promedios de los
países centrales. Esa informalidad ya no se recrea en los circuitos agrarios
pre-capitalistas, ni en la reproducción familiar de la fuerza de trabajo. Se
extiende junto a la penetración del capitalismo en todas las esferas de la vida
social. Algunas investigaciones estiman que el sector precarizado reúne al 46%
de los trabajadores latinoamericanos .
Otro dato clave es la extensión de la pobreza,
que en América Latina desborda al sector informal. Afecta también a un amplio
segmento de los trabajadores estables. A diferencia del grueso de las economías
desarrolladas, el universo de los individuos con ingresos inferiores a la satisfacción
de las necesidades básicas no se limita aquí a los excluidos. Se extiende a los
trabajadores explotados de las empresas modernas. El porcentual de niños pobres
(45% del total) es ilustrativo de la magnitud de este flagelo .
La extensión de la informalidad es también
consecuencia de las maquilas y la regresión industrial. En el escenario
manufacturero regional, la aceleración del cambio tecnológico incrementa la
segmentación entre trabajadores especializados y descalificados. Los cargos
estables con protección social decrecen, en comparación a los puestos de
contratados sin ningún resguardo.
La magnitud de esta fractura es el rasgo
descollante del mercado laboral. El típico operario masculino y sindicalizado
de posguerra tiende a ser sustituido por trabajadoras femeninas más
flexibilizadas. Este declive de los sectores formales es mayúsculo en las
maquilas. La propia ampliación de la clase obrera industrial ha perdido el
ímpetu precedente. El proletariado fabril no se extingue, pero su incidencia ha
disminuido.
En el modelo actual de exportaciones primarias
persiste la tradicional estrechez de la clase media latinoamericana en
comparación a los países avanzados. Este segmento continúa aportando un colchón
muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos. Además,
perdura la vieja clase media frente a los nuevos segmentos de esa categoría.
Subsisten muchas franjas de pequeños comerciantes y cuentapropistas y crecen
poco los profesionales o técnicos altamente calificados. Este infradesarrollo
es acorde a la estrechez de la industria.
Ciertamente los sectores medios amplían su
consumo con la ampliación del crédito, la publicidad y el arribo de las grandes
cadenas comerciales. Pero en economías tan atadas la exportación de productos
básicos, los cimientos productivos del poder adquisitivo son muy frágiles.
Muchos analistas igualmente destacan la
reducción de la pobreza, el desempleo y la desigualdad durante la última
década, sin registrar el estrecho alcance de una mejoría derivada del repunte
cíclico del nivel de actividad.
Lo más novedoso ha sido la generalización de la
asistencia social para atemperar la pobreza. Pero los auxilios oficiales sólo
han protegido transitoriamente a los desamparados, sin alterar las causas del
problema. Estos planes coexisten con la precarización y convalidan la
segmentación laboral.
Por otra parte, la leve disminución de la
desigualdad no modifica el lugar que ocupa la región al tope de los indicadores
globales de inequidad. El coeficiente de Gini que mide esta polarización supera
en la zona (51,6) a la media mundial (39,5), duplica los promedios de las
economías avanzadas e incluye a los cuatro países que encabezan el barómetro
mundial (Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil). El ingreso del 20% más rico de la
población latinoamericana supera en casi 20 veces al 20% más pobre .
EXPLICACIONES CON PROBLEMAS
El diagnóstico pos-liberal no condice con el
contexto económico actual de Latinoamérica. En toda la región prevalece un
esquema de especialización productiva, basado en la agro-exportación, la
minería de cielo abierto, el declive de la industria tradicional, las remesas y
el turismo. Este molde implica una generalizada reinserción periférica o
semiperiférica en la división internacional del trabajo.
En consonancia con estas tendencias gestadas
durante el neoliberalismo se ha reforzado la transformación de las burguesías
nacionales en burguesías locales, más internacionalizadas y asociadas con el
capital extranjero. El mismo cambio ha potenciado el éxodo campesino, la
precarización laboral, la marginalidad urbana y la endeblez de la clase media.
Este escenario es más acorde a la visión
contrapuesta de una “economía de commodities” en toda América Latina. Pero esta
segunda caracterización no es puramente descriptiva, puesto que postula la
existencia de un “consenso” en torno al extractivismo. Desborda, por lo tanto,
el retrato de la economía y tiene implicancias políticas, que exigen evaluar
que ha ocurrido en esfera geopolítica y gubernamental. Desarrollamos este análisis
en la segunda parte del texto.
*Tomado de "La Pagina de Klaudio Katz". http://katz.lahaine.org/?p=224
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