A través de los días de caminata, de las noches de amor, de
las temporadas de nostalgia y de aquellas otras en que su vida estaba amenazada
y la muerte próxima, el rostro de la madre se había ido transformando y
enriqueciendo lentamente, se había ido haciendo más profundo y más vario; no
era ya la imagen de su propia madre sino que, con sus rasgos y colores, se
había ido formando, poco a poco, una imagen de madre que no era ya individual,
la imagen de una Eva, de una madre de la humanidad.
Sin Madre no es posible amar. Sin Madre no es posible morir.
Hermann Hesse “Narciso y Goldmundo”.
Hace poco estuve en un concierto de Red Hot Chili Peppers,
era para mí de esos eventos que uno espera toda la vida y después del cual ya
me podía morir contenta. Yo esperaba que de alguna manera cuasi mágica el
concierto en cuestión me diera algo que me hacía falta, me completara. Sobra
decir que no fue así. No me malinterprete, fue un buen espectáculo, pero no
cambió mi vida, de hecho la sensación fue de desazón ¿Pero por qué? Sí, Flea
hizo las payasadas de costumbre y Kiedis interpretó una parte importante del
repertorio insignia de la banda; parece ser que mi problema era más
trascendental. Sin duda, mis expectativas sobre el concierto eran demasiado
altas, pero eran aún más altas sobre lo que este evento debía causar en mí.
Entonces ¿qué me hace falta, qué es lo que realmente estoy
buscando? Para nadie es un secreto que vivimos en una sociedad de solitarios.
Este mundo soñado donde todo está al alcance y donde todos podemos cumplir
nuestros sueños ha exigido que seamos seres competitivos, impenetrables,
ambiciosos, pero sobre todo, solitarios. Me atrevo a decir que en el fondo de
todos nosotros hombres y mujeres libres hay una profunda nostalgia de un tiempo
anterior al nuestro donde no se estaba solo o, en palabras de Octavio Paz, no
éramos huérfanos.
“Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento
religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados
del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por
restablecer los lazos que nos unían a la creación.”[1]
La idea que me atrevo a esbozar es que ese vacío entrañable
se basa en un mito terrible y disgregador que es la Patria, nacido del
desequilibrio de nuestra historia. Sin embargo existe una solución y es el
reconocimiento de un mito aun más antiguo “la Mátria” que puede restablecernos
y curarnos, devolvernos al orden universal.
La palabra patria siempre me ha generado una fuerte
incomodidad, fue usada tantas veces para patrocinar todo tipo de proyectos,
casi todos asesinos. Tengo la sensación de que la palabra patria es una bandera
utilizada para exaltar los ánimos, usando nuestra necesidad de identidad para
evitar que la gente use la cabeza, generando un sentimiento que inflama el
corazón e induce a la violencia contra otros, contra el diferente, contra el
que no está de acuerdo, contra el terrorista, todos enemigos de la patria. El
poeta palestino Muhamud Darwish lo ilustra con una frase hermosa: “Piedra
preciosa en su noche sangrienta, nuestra patria resplandece a lo lejos e
ilumina su entorno... pero nosotros en ella nos ahogamos sin cesar.”[2]
El origen etimológico de la palabra Patria viene del latín
Patrius que a su vez se deriva de Pater, traduciendo “lo relativo al padre o
que proviene de él”[3] y valga decir que la herencia paterna en una sociedad
donde sólo el hijo mayor reconocido por el hombre cabeza de familia tiene
derecho a ella. En una sociedad claramente masculina, la Patria se defiende a
sangre y fuego, la Patria exalta los valores viriles: la honra, la lealtad, el
valor, la beligerancia, la posesión, el control, el dominio por la fuerza. No
es nada extraño que la defensa a la Patria sea el lema favorito de todas las
fuerzas armadas.
En este punto usted merece una explicación. La argumentación
histórica sería la siguiente: Hace mucho, muchísimo tiempo, seres humanos en
sociedades de muy diversos tipos poblaban la tierra, la mayoría de ellas
exaltaban la femineidad por su relación con la fertilidad y la naturaleza, lo
sabemos por hermosas obras de arte conocidas como las venus paleolíticas.
También exaltaban la fuerza física del hombre y su vitalidad ilustrando escenas
de caza, pintadas en cuevas que servían de refugio. Sin embargo, hace como
cinco mil años, unos tipos de sociedades conocidas como civilizaciones,
empezaron a expandirse por la tierra; este nuevo modelo basaba su éxito en el
control militar y es así como empieza una profunda relación entre guerra y
civilización, y como consecuencia, la exaltación de los valores masculinos en
detrimento de los femeninos. Desde este momento los valores femeninos se
volvieron antivalores, muchos ejemplos siguen funcionando: no sea nenita,
cobarde como una mujer, llorando como niña, sea macho, y para actualizar los
ejemplos no hay sino que ver la propaganda de Snickers por la tele “Carlos,
cada vez que te da hambre te pones como nena”. Las sociedades que exaltaban
únicamente los valores masculinos triunfaron porque fueron más beligerantes y
sometieron a las otras comunidades, así como el Homo Sapiens extinguió al
Neanderthal, no por su capacidad intelectual (al parecer inferior) sino por su
violencia.
Hoy, seguimos viviendo mayoritariamente en esas sociedades
vencedoras que proclamaron sus valores como únicos y verdaderos, vivimos en
Patrias que hay que obedecer y defender con la vida desplegando la muerte en
muchos sentidos: exterminando al enemigo, acabando con el diferente que es
extranjero o traidor, difundiendo un discurso único del estilo “o están conmigo
o están contra mí”, manejando a la naturaleza como si no estuviera viva y fuera
propiedad y objeto de transacciones comerciales, considerando a los pobladores
como capital humano y a los ciudadanos como clientes, legalizando y controlando
la vida porque somos dueños de esta Patria. Se vive permanentemente asediados
por enemigos que nos quieren quitar lo que es “nuestro”, y como lo obtuvimos
con la superioridad de la fuerza estamos condenados a temer a los que nos
rodean, a sospechar y finalmente a perder de la misma forma que ganamos, cuando
nuestras fuerzas no sean suficientes para defender lo que, en verdad, nunca nos
ha pertenecido, porque la vida no es objeto de propiedad, ni siquiera la
nuestra mucho menos la de otros.
Para muchos esta argumentación no hace más que reforzar la
idea de que gracias a la masculinización de las sociedades humanas se han
logrado los avances tecnológicos, el desarrollo y el progreso que hoy alejan al
hombre las cuevas y las lanzas con puntas de piedra martillada, demostrando que
la masculinización no solo es buena sino inevitable y que todas sus
consecuencias son sólo un bajo precio que se debe asumir agradeciendo. Yo no lo
creo así, este desequilibrio, esta sistemática negación y desprecio por un
aspecto de nosotros ha causado enfermedad y destrucción, además de un
sentimiento de soledad permanente. Para hacerlo completamente gráfico es como
si al Tao (Yin-Yang) le quitáramos completamente el Yin y valga preguntar: ¿qué
es el calor sin el frío, la luz sin la oscuridad, el día sin la noche, el cielo
sin la tierra, lo masculino sin lo femenino?
Mi llamado es a la recuperación de una antigua concepción a
la que le he inventado el nombre de Mátria. Muchos años después todavía tenemos
mucho que aprender de las sociedades ancestrales. Creo que para la recuperación
del equilibrio hay que reconsiderar lo que es el progreso y el desarrollo, para
mi es evidente que estamos en el camino equivocado: la guerra no conduce a la
paz, la vida no es susceptible de ser cuantificada, las personas no pueden ser
clasificadas ni numeradas, la fertilidad de las tierras y las semillas no
pueden ser patentadas, no podemos vivir en otro planeta ya que nuestra vida
está en simbiosis con lo que nos rodea, la asepsia es una obsesión insana y
antinatural. En definitiva no veo sino los enemigos que hemos inventado en una
comprensión perversa de la vida como jerarquía de poder y control sobre lo que
nos rodea, negando que la vida y la muerte son parte de un equilibrio que
debemos observar, admirar y cuidar, y que está muy lejos de nuestra completa
comprensión, es decir el mundo no tiene por qué ser humanizado, todo lo que lo
puebla no adquiere derecho de vida en virtud de su utilidad para el género
humano.
Así que no, no soy una patriota. Esa patria, patrimonio inerme,
sin vida no me interesa, el patrimonio en venta sujeto de patentes y tratados
comerciales no tiene futuro porque no está vivo, ni siquiera es cadáver que
alimenta. En este sentido no me emociona ser colombiana® huérfana sin madre,
padre, tierra agua o viento, buscando convertirme en producto comercial, no soy
un número en la registraduría ni una cifra para la ONU. No quiero ser
colombiana donde Colombia es un eslogan publicitario, donde se protege la vida
y la comodidad con la muerte, donde hay que comportarse bien para que vengan
turistas a dejar su basura, o su lástima. Quiero sembrar la tierra y ser
semilla, quiero participar de la minga universal. Para mí ya es claro que la
forma de alcanzar la inmortalidad no es volviéndome una Rockstar, es reconstruyéndome
completa e integra en la búsqueda del equilibrio la Mátria pues soy huérfana de
tierra viva y al perderla me quedé autista del mundo, esto no lo va a
solucionar ni un concierto ni un paseo por el centro comercial.
Autor: Rossana Sánchez
Burbano
PS/ No me crea, lea, escriba y responda esta provocación.
Bibliografía:
· Buss, Helen.
“Raíces de sabiduría.” Editorial Thomson. 2007.
· Paz, Octavio.
“El Laberinto de la soledad.” Fondo de Cultura Económico: Colección Popular #
471. 2001.
· Shiva, Vandana.
“Manifiesto para una democracia de la tierra: justicia, sostenibilidad y paz.”
Editorial Paidos. 2006.
[1] Paz, Octavio. “El Laberinto de la soledad” p. 23.
[2] Darwish, Muhamud. “Para nuestra patria”.
[3] Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia
Española:
http://buscon.rae.es/draeI/srvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=PATRIA

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