lunes, 12 de mayo de 2014

ELEGÍA A LA PATRIA Y EL ALBOROZADO RETORNO A LA MÁTRIA



A través de los días de caminata, de las noches de amor, de las temporadas de nostalgia y de aquellas otras en que su vida estaba amenazada y la muerte próxima, el rostro de la madre se había ido transformando y enriqueciendo lentamente, se había ido haciendo más profundo y más vario; no era ya la imagen de su propia madre sino que, con sus rasgos y colores, se había ido formando, poco a poco, una imagen de madre que no era ya individual, la imagen de una Eva, de una madre de la humanidad.
Sin Madre no es posible amar. Sin Madre no es posible morir.
Hermann Hesse “Narciso y Goldmundo”.

Hace poco estuve en un concierto de Red Hot Chili Peppers, era para mí de esos eventos que uno espera toda la vida y después del cual ya me podía morir contenta. Yo esperaba que de alguna manera cuasi mágica el concierto en cuestión me diera algo que me hacía falta, me completara. Sobra decir que no fue así. No me malinterprete, fue un buen espectáculo, pero no cambió mi vida, de hecho la sensación fue de desazón ¿Pero por qué? Sí, Flea hizo las payasadas de costumbre y Kiedis interpretó una parte importante del repertorio insignia de la banda; parece ser que mi problema era más trascendental. Sin duda, mis expectativas sobre el concierto eran demasiado altas, pero eran aún más altas sobre lo que este evento debía causar en mí.

Entonces ¿qué me hace falta, qué es lo que realmente estoy buscando? Para nadie es un secreto que vivimos en una sociedad de solitarios. Este mundo soñado donde todo está al alcance y donde todos podemos cumplir nuestros sueños ha exigido que seamos seres competitivos, impenetrables, ambiciosos, pero sobre todo, solitarios. Me atrevo a decir que en el fondo de todos nosotros hombres y mujeres libres hay una profunda nostalgia de un tiempo anterior al nuestro donde no se estaba solo o, en palabras de Octavio Paz, no éramos huérfanos.

“Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación.”[1]

La idea que me atrevo a esbozar es que ese vacío entrañable se basa en un mito terrible y disgregador que es la Patria, nacido del desequilibrio de nuestra historia. Sin embargo existe una solución y es el reconocimiento de un mito aun más antiguo “la Mátria” que puede restablecernos y curarnos, devolvernos al orden universal.

La palabra patria siempre me ha generado una fuerte incomodidad, fue usada tantas veces para patrocinar todo tipo de proyectos, casi todos asesinos. Tengo la sensación de que la palabra patria es una bandera utilizada para exaltar los ánimos, usando nuestra necesidad de identidad para evitar que la gente use la cabeza, generando un sentimiento que inflama el corazón e induce a la violencia contra otros, contra el diferente, contra el que no está de acuerdo, contra el terrorista, todos enemigos de la patria. El poeta palestino Muhamud Darwish lo ilustra con una frase hermosa: “Piedra preciosa en su noche sangrienta, nuestra patria resplandece a lo lejos e ilumina su entorno... pero nosotros en ella nos ahogamos sin cesar.”[2]

El origen etimológico de la palabra Patria viene del latín Patrius que a su vez se deriva de Pater, traduciendo “lo relativo al padre o que proviene de él”[3] y valga decir que la herencia paterna en una sociedad donde sólo el hijo mayor reconocido por el hombre cabeza de familia tiene derecho a ella. En una sociedad claramente masculina, la Patria se defiende a sangre y fuego, la Patria exalta los valores viriles: la honra, la lealtad, el valor, la beligerancia, la posesión, el control, el dominio por la fuerza. No es nada extraño que la defensa a la Patria sea el lema favorito de todas las fuerzas armadas.

En este punto usted merece una explicación. La argumentación histórica sería la siguiente: Hace mucho, muchísimo tiempo, seres humanos en sociedades de muy diversos tipos poblaban la tierra, la mayoría de ellas exaltaban la femineidad por su relación con la fertilidad y la naturaleza, lo sabemos por hermosas obras de arte conocidas como las venus paleolíticas. También exaltaban la fuerza física del hombre y su vitalidad ilustrando escenas de caza, pintadas en cuevas que servían de refugio. Sin embargo, hace como cinco mil años, unos tipos de sociedades conocidas como civilizaciones, empezaron a expandirse por la tierra; este nuevo modelo basaba su éxito en el control militar y es así como empieza una profunda relación entre guerra y civilización, y como consecuencia, la exaltación de los valores masculinos en detrimento de los femeninos. Desde este momento los valores femeninos se volvieron antivalores, muchos ejemplos siguen funcionando: no sea nenita, cobarde como una mujer, llorando como niña, sea macho, y para actualizar los ejemplos no hay sino que ver la propaganda de Snickers por la tele “Carlos, cada vez que te da hambre te pones como nena”. Las sociedades que exaltaban únicamente los valores masculinos triunfaron porque fueron más beligerantes y sometieron a las otras comunidades, así como el Homo Sapiens extinguió al Neanderthal, no por su capacidad intelectual (al parecer inferior) sino por su violencia.

Hoy, seguimos viviendo mayoritariamente en esas sociedades vencedoras que proclamaron sus valores como únicos y verdaderos, vivimos en Patrias que hay que obedecer y defender con la vida desplegando la muerte en muchos sentidos: exterminando al enemigo, acabando con el diferente que es extranjero o traidor, difundiendo un discurso único del estilo “o están conmigo o están contra mí”, manejando a la naturaleza como si no estuviera viva y fuera propiedad y objeto de transacciones comerciales, considerando a los pobladores como capital humano y a los ciudadanos como clientes, legalizando y controlando la vida porque somos dueños de esta Patria. Se vive permanentemente asediados por enemigos que nos quieren quitar lo que es “nuestro”, y como lo obtuvimos con la superioridad de la fuerza estamos condenados a temer a los que nos rodean, a sospechar y finalmente a perder de la misma forma que ganamos, cuando nuestras fuerzas no sean suficientes para defender lo que, en verdad, nunca nos ha pertenecido, porque la vida no es objeto de propiedad, ni siquiera la nuestra mucho menos la de otros.

Para muchos esta argumentación no hace más que reforzar la idea de que gracias a la masculinización de las sociedades humanas se han logrado los avances tecnológicos, el desarrollo y el progreso que hoy alejan al hombre las cuevas y las lanzas con puntas de piedra martillada, demostrando que la masculinización no solo es buena sino inevitable y que todas sus consecuencias son sólo un bajo precio que se debe asumir agradeciendo. Yo no lo creo así, este desequilibrio, esta sistemática negación y desprecio por un aspecto de nosotros ha causado enfermedad y destrucción, además de un sentimiento de soledad permanente. Para hacerlo completamente gráfico es como si al Tao (Yin-Yang) le quitáramos completamente el Yin y valga preguntar: ¿qué es el calor sin el frío, la luz sin la oscuridad, el día sin la noche, el cielo sin la tierra, lo masculino sin lo femenino?

Mi llamado es a la recuperación de una antigua concepción a la que le he inventado el nombre de Mátria. Muchos años después todavía tenemos mucho que aprender de las sociedades ancestrales. Creo que para la recuperación del equilibrio hay que reconsiderar lo que es el progreso y el desarrollo, para mi es evidente que estamos en el camino equivocado: la guerra no conduce a la paz, la vida no es susceptible de ser cuantificada, las personas no pueden ser clasificadas ni numeradas, la fertilidad de las tierras y las semillas no pueden ser patentadas, no podemos vivir en otro planeta ya que nuestra vida está en simbiosis con lo que nos rodea, la asepsia es una obsesión insana y antinatural. En definitiva no veo sino los enemigos que hemos inventado en una comprensión perversa de la vida como jerarquía de poder y control sobre lo que nos rodea, negando que la vida y la muerte son parte de un equilibrio que debemos observar, admirar y cuidar, y que está muy lejos de nuestra completa comprensión, es decir el mundo no tiene por qué ser humanizado, todo lo que lo puebla no adquiere derecho de vida en virtud de su utilidad para el género humano.

Así que no, no soy una patriota. Esa patria, patrimonio inerme, sin vida no me interesa, el patrimonio en venta sujeto de patentes y tratados comerciales no tiene futuro porque no está vivo, ni siquiera es cadáver que alimenta. En este sentido no me emociona ser colombiana® huérfana sin madre, padre, tierra agua o viento, buscando convertirme en producto comercial, no soy un número en la registraduría ni una cifra para la ONU. No quiero ser colombiana donde Colombia es un eslogan publicitario, donde se protege la vida y la comodidad con la muerte, donde hay que comportarse bien para que vengan turistas a dejar su basura, o su lástima. Quiero sembrar la tierra y ser semilla, quiero participar de la minga universal. Para mí ya es claro que la forma de alcanzar la inmortalidad no es volviéndome una Rockstar, es reconstruyéndome completa e integra en la búsqueda del equilibrio la Mátria pues soy huérfana de tierra viva y al perderla me quedé autista del mundo, esto no lo va a solucionar ni un concierto ni un paseo por el centro comercial.


Autor: Rossana Sánchez Burbano
PS/ No me crea, lea, escriba y responda esta provocación.

Bibliografía:
·      Buss, Helen. “Raíces de sabiduría.” Editorial Thomson. 2007.
·      Paz, Octavio. “El Laberinto de la soledad.” Fondo de Cultura Económico: Colección Popular # 471. 2001.
·      Shiva, Vandana. “Manifiesto para una democracia de la tierra: justicia, sostenibilidad y paz.” Editorial Paidos. 2006.

[1] Paz, Octavio. “El Laberinto de la soledad” p. 23.
[2] Darwish, Muhamud. “Para nuestra patria”.
[3] Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española:  http://buscon.rae.es/draeI/srvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=PATRIA

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