Álvaro Martín Moreno Rivas **
El gobierno cree que solo faltan algunos ajustes en materia salarial. La
realidad es otra: el persistente desequilibrio externo está llevando a un
déficit crónico del sector privado -del tipo que acabó en las crisis de Grecia
o de España.
El gobierno cree que solo faltan algunos ajustes en materia salarial. La
realidad es otra: el persistente desequilibrio externo está llevando a un
déficit crónico del sector privado -del tipo que acabó en las crisis de Grecia
o de España.
Todos contra el mínimo
La semana pasada en Cartagena, dos ex ministros de Hacienda y el titular
de la cartera, Mauricio Cárdenas, cerraron filas en contra del salario mínimo.
Como los tres personajes de Dumas, parecían entonando en coro el célebre lema
de batalla — “todos para uno y uno para todos”—:Guillermo Perry se encargó de
mostrar que el salario mínimo en Colombia es uno de los más altos del
continente.
Roberto Junguito — sin ruborizarse por sus estrechos vínculos con un
gremio asegurador[1] — conceptuaba sin mayor análisis que el salario mínimo es
el principal obstáculo para que la vasta mayoría de los colombianos no logren
obtener una pensión.
Finalmente, Mauricio Cárdenas remató con la sentencia de que el
desempleo y la informalidad son consecuencia directa de los altos costos salariales.
Por lo demás, para los tres economistas, todo marcha sobre ruedas… y
sobre rieles.
Prejuicios de gente seria
No es difícil desvirtuar los prejuicios ideológicos de la “gente muy
seria”[2]. Durante los últimos años en Colombia, los salarios reales han
crecido por debajo de la productividad. Eso lo muestran con claridad las cifras
de la distribución funcional del ingreso de las Cuentas Nacionales que publica
el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE): los llamados
salarios de eficiencia se han reducido; por lo tanto resulta ridículo afirmar
que en Colombia los salarios son muy altos.
El Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, arremetió en contra del
salario mínimo al que considera la causa del desempleo y la informalidad.
El que muchos colombianos de bajos ingresos no logren obtener una
pensión no es una consecuencia del salario mínimo, sino de la ausencia de
políticas para el pleno empleo y la redistribución de las ganancias de
productividad hacia quienes cotizan en el sistema[3].
Por último, el desempleo y la informalidad están más asociados con las
deficiencias de la demanda efectiva y la desindustrialización del país.
Se trata más de manifestaciones de fe en la ortodoxia económica que el
fruto de un análisis riguroso, como lo manifiesta el gran economista neoclásico
Frank Hahn: “Cuando uno encuentra que no puede leer un periódico sin
encontrarse con algún economista que exponga los primeros capítulos de algún libro
de texto como si profesasen certeza descriptiva, se le acaba poco a poco la
paciencia. Y cuando uno se vuelve hacia los mejores representantes de la nueva
ortodoxia y se encuentra con que éstos excluyen la posibilidad de que alguien
que desee trabajar al salario corriente no encuentre trabajo, por hipótesis y
no por razonamiento, entonces puede que una cierta estridencia sea lo
necesario”[4].
Sin duda, la única manera de enfrentar lo que Albert Hirschman llamó
“retórica intransigente”[5] de la derecha económica es mediante una cierta
“estridencia” que denuncie con claridad las falacias y las cortinas de humo que
impiden desarrollar una verdadera democracia deliberativa.
En este análisis demuestro cómo indicadores macroeconómicos
convencionales arrojan serias dudas sobre el diagnóstico optimista de los
voceros del gobierno nacional: no todas las cosas marchan sobre ruedas, ni
sobre rieles, y no todo lo que brilla es oro.
Utilidades y dividendos pagados al extranjero
En una economía abierta, donde se permite el libre flujo de bienes y
servicios con el resto del mundo y no existen restricciones sobre los flujos de
capitales, el indicador clave para examinar el desempeño agregado de la
economía es el Producto Nacional Bruto o PNB.
El problema no es si la economía crece a tasas de cuatro o cinco puntos
porcentuales, sino si tales ritmos pueden mantenerse en el mediano y largo
plazo.
Es decir, el Producto Interno Bruto (PIB) se debe ajustar sumando o
restando la remuneración neta a los factores extranjeros. Si el país es un
deudor neto con el resto del mundo, el PIB será menor que el PNB, lo que indica
que una parte importante de la riqueza generada en el territorio nacional se
transfiere a los países de origen de los propietarios extranjeros de esos
activos.
A diferencia de modelos de acumulación exitosos en el mundo, donde las
personas buscan mejorar mediante la innovación y el esfuerzo, en Colombia se
está consolidando un modelo donde algunos grupos buscan mejorar su posición a
costa del bienestar general. En el primer caso, se trata de modelos de
“crecimiento recurrente”, mientras que en el segundo se trata simplemente de
“búsqueda de rentas”[6].
El gráfico 1 presenta el cambio de la participación del PNB dentro del
PIB en Colombia durante el período 2000 – 2012, lo cual permite una primera
aproximación a la hipótesis anterior: una proporción cada vez mayor de la
riqueza generada en el territorio nacional fue transferida a las casas matrices
de las empresas extranjeras, lo que obviamente reduce el ingreso nacional de
los colombianos que constituye el flujo de recursos destinados al consumo y a la
inversión.
Gráfico 1

Fuente: Banco de la República y Dane (*) proyección y cálculos propios
El gráfico 2 muestra la el valor de las utilidades y dividendos
remitidos al exterior como proporción de la inversión extranjera. Entre 2000 y
2011, la extracción de rentas fue en aumento, pues pasó de 28 dólares por cada
100 dólares de inversión extranjera en 2002 a 107 dólares en 2011: un balance
nítidamente negativo para la economía nacional.
Gráfico 2
Dividendos y Utilidades remitidas al exterior como porcentaje de la
Inversión extranjera

Fuente: Banco de la República, cálculos propios.
En un conversatorio reciente en la Universidad Central Homero Cuevas —
mi entrañable profesor y amigo — nos recordaba cómo en Colombia el 60 por
ciento del PIB se destina a la repartición de rentas, mientras que en Suecia
dicha cifra apenas llega al 10 por ciento.
No es pues extraño que tres economistas prestantes del establecimiento
propongan reducir más los salarios de los trabajadores, pues aquí es ilimitada
la voracidad por rentas diferenciales, absolutas y de posición.
Crecimiento insostenible
El primer indicador que se esgrime para afirmar que vamos por buen
camino es la tasa de crecimiento económico. Últimamente los ministros de las
diferentes carteras abren sus conferencias o charlas públicas ufanándose de que
la tasa de crecimiento es muy buena y superior a la registrada por los países
vecinos. Para impresionar aún más llega a afirmarse que el desempeño nacional
es superior incluso al observado en Francia y Alemania: una verdad de
Perogrullo en semejante crisis europea, pero que sirve para resaltar el “gran
logro”.
Sin embargo, el problema no es si la economía crece a tasas de cuatro o
cinco puntos porcentuales, sino si tales ritmos pueden mantenerse en el mediano
y largo plazo:
Antes de la crisis del sudeste asiático, todos miraban con envidia los
registros de crecimiento de esas economías; sin embargo, en 1997 se comprobó
que dichos ritmos no eran sostenibles.
Algo parecido se dijo de Grecia y España, por lo menos antes de la
crisis de la Eurozona. Pero ahora se derrumbó el sueño de la convergencia de la
periferia europea a los niveles de desarrollo del centro rico.
Estos fracasos tienen en común el olvido de los balances
macroeconómicos. Todo se reduce a una simple identidad contable: el Balance
Privado más el Balance Fiscal más el Balance Externo debe ser exactamente igual
a cero.
Mientras Francia y Alemania mantuvieron tasas de crecimiento aceptables,
sus balances externos positivos permitieron un cierto margen para generar
superávit fiscales sin deteriorar el balance del sector privado. Algo que no ocurrió
ni en España ni en Grecia: ambos países acumularon déficits en cuenta corriente
a lo largo del periodo 2000 –2010:
España mantuvo el equilibrio fiscal, a costa de dejar deteriorar el
balance privado, lo que finalmente derivó en una crisis de deudas privadas.
Por el contrario, Grecia incurrió en grandes déficit fiscales,
reduciendo de esta manera el impacto sobre el balance del sector privado, pero
de todos modos sucumbió en medio de una crisis de deuda soberana colosal[7].
Colombia en la cuerda floja
El patrón colombiano se parece más claramente al de Grecia y de España
que al de Alemania y Francia: la economía efectivamente ha crecido a tasas
importantes durante los últimos 10 años, pero ello ha estado acompañado con un
déficit persistente de la cuenta corriente o balance externo: pasamos de un
superávit de 0,8 por ciento del PIB en 2000 a un déficit de 3 por ciento en
2011.
En el gráfico 3 se presentan los tres balances para la economía
colombiana entre 2000 y 2011.
Gráfico 3
Balances Macroeconómicos de Colombia 2000-2011

Fuente: Banco de la República, cálculos propios
Por su parte, el balance del sector privado se deterioró entre 2000 y
2008, como consecuencia de la reducción del déficit fiscal, aunque experimentó
una ligera mejoría entre 2009 y 2010, gracias a las políticas deficitarias del
gobierno. Desde 2011, de nuevo se viene observando un desbalance negativo.
Colombia: ¿Por el camino del sudeste asiático, Grecia y España,?
El desenlace de la crisis colombiana dependerá de la política fiscal: si
como consecuencia de los nuevos tratados de comercio exterior y de la fuerte
contracción de la demanda externa –debida la eventual recesión— se agrava el
déficit en cuenta corriente, la economía colombiana transitará por una senda
peligrosa que podría bifurcarse en dos caminos: una deflación de deudas
privadas o una crisis de balanza de pagos y deuda externa soberana. Todo
depende de las trayectorias del balance del sector público y del funcionamiento
de la regla fiscal.
Tal vez la metáfora de las locomotoras no es muy afortunada. El Gran
Impulso asociado con la industrialización definitivamente se parece más a otra
cosa: “Lanzar un país a un crecimiento autosostenido es en cierto modo como
hacer despegar un avión. Hay una velocidad critica sobre la pista que debe ser
rebasada antes de que el aparato se eleve”[8].
** Profesor asociado de la Universidad Nacional y profesor investigador
de la Universidad Externado de Colombia.
[1] Sobre el particular ver el interesante trabajo de Jessica
Carrick-Hagenbarth y Gerald Epstein (2012). “Dangerous
interconnectedness: economists’ conflicts of interest, ideology and financial
crisis”, Cambridge Journal of Economics, 36, pp. 43-63.
[2] El término lo acuñó Paul Krugman: “Acabemos ya con la crisis”,
Critica, Barcelona. 2012.
[3] Incluso el modelo de Solow justifica sin duda ésta afirmación. Como
el único cambio técnico compatible con el equilibrio de largo plazo es el
cambio técnico neutral de Harrod, se requiere que los salarios crezcan al ritmo
del aumento de la productividad.
[4] Frank Hahn. Dinero e Inflación, Antoni Bosch, Barcelona, 1983. 1982.
[5] Albert Hirschman. Retóricas de la intransigencia, México, Fondo de
Cultura Económica. 1991.
[6] Ver por ejemplo, E. L Jones. (1988). Crecimiento recurrente. El
cambio económico en la historia mundial, Alianza Editorial, 1997.
[7] Es importante anotar que ni la crisis de Grecia ni la de España
tienen su origen en el desequilibrio fiscal. Los dos países tuvieron cierto
control sobre el resultado presupuestal del sector público antes del 2008. Un
análisis alternativo se encuentra en Esteban Pérez-Caldentey and Matías
Vernengo. (2012): “The Euro Imbalances and Financial
Deregulation: A Post-Keynesian Interpretation of the European Debt Crisis”,
Working Paper, No. 702, Levy Economics Institute.
[8] Citado en P.N Rosenstein-Rodan: “Notas sobre la teoría del Gran
Impulso”, en Howard S Ellis, (Editor) El desarrollo económico y América latina,
Fondo de Cultura Económica, México, 1960.
No hay comentarios:
Publicar un comentario